Storytelling: El mendigo de la voz de oro

Storytelling: El mendigo de la voz de oro

Como si se tratara de una moderna versión de Juan Nadie, aquella película de Frank Capra en la que un mendigo se convertía en héroe, el mundo entero ha atendido con navideño regocijo a la historia  de Ted Williams, “el vagabundo de la voz de oro”. Para el gran público el relato empieza con un mendigo junto al semáforo de una ciudad de Ohio en el que pide limosna cada día. Aquel hombre andrajoso, al que casi nadie hace caso, tiene un don, una cálida voz profunda y timbrada con la que imita a los locutores de radio a cambio de unos dólares.

Así malvive desde que hace casi 20 años su vida se precipitó hasta el infierno del alcohol y las drogas, perdiendo su trabajo en una emisora de radio y todo lo que tenía,  incluido el contacto con sus nueve hijos y su anciana madre.  Hasta que un día de tantos un periodista lo graba con su cámara y cuelga el video en la página web de su periódico, en el que el mendigo muestra su talento. El video se convierte en uno de los más vistos de internet en poco tiempo y Williams adquiere enorme notoriedad, recibe ofertas de trabajo y sale de la calle. De mendigo a estrella en unos días.  Exactamente igual que el personaje de Gary Cooper en aquella película llena de emociones que el genial Capra sabía manejar con maestría.

Lo cierto es que estamos ante un excelente guión que nos trae la vida real y que nos sirve a los consultores para mostrar la fuerza que puede tener un relato bien construido, aunque sea de forma fortuita.  Si tuviésemos que hablar de las técnicas de storytelling, que tan de moda están en Estados Unidos, aplicadas a las estrategias de comunicación empresarial y política, podríamos utilizar la historia de Williams como ejemplo, porque su relato tiene las dosis de emoción necesarias para que se adhiera con fuerza al ideario colectivo y mantenga la atención de un público devorador de historias que, como ocurrirá tarde o temprano, acabará digiriendo la del mendigo locutor y pidiendo otra ración distinta.

Todo ejercicio de storytelling, como cualquier relato que pretenda  resultar interesante, requiere su estructura, con el planteamiento, nudo y desenlace que en su día inventaron  los griegos, y en el momento adecuado, el clímax emotivo. El héroe, por supuesto el amigo Ted, inicia un camino de superación tras un prólogo en el que vemos cómo cae en las garras de su antagonista, el alcohol. Como el Ulises de los griegos, anda perdido  tras una épica lucha de varios años contra el enemigo a la que parece que no sobrevivirá.  De repente un mentor, el periodista que lo descubre, lo lleva hasta el oráculo de Internet, donde nuestro héroe sabrá que tiene un destino que lo hará conocido en el mundo entero. Por lo pronto, trasladar los buenos sentimientos de su historia a una descreída sociedad que necesita hablar de vidas como la suya para olvidarse de la crisis económica en medio de la Navidad. Porque tenía que ser en Navidad.

Es la historia de la fuerza de voluntad contra la debilidad de espíritu, de la partida y la llegada; del coraje frente a la indolencia.  El protagonista alcanza sus hitos poco a poco: su cambio de imagen elegante y aseado, pero sin desprenderse de su chaqueta militar con la que se abrigaba en los semáforos de Ohio, para que no perdamos la conexión con su objeto totémico de su pasado de mendigo.  Después, su entrevista en la radio donde un conmovido empresario llama y le ofrece un trabajo y una casa -¡una casa!-. Luego, la comparecencia ante para todo el país en un programa de televisión en la que se muestra emocionado y casi desvalido.

Y así nos acercamos al clímax. ¿Qué momento más intenso que el reencuentro con la madre? La vuelta del hijo pródigo. La madre a la que prometió quince años antes que vería cómo su hijo salía del pozo. Ted cumple su promesa y entre lágrimas se abraza a su querida madre. Fundido en negro. Final feliz.

Pero toda historia tiene su epílogo y esperemos que el de Williams sea el de un hombre que recupera su vida y da testimonio al mundo de los buenos sentimientos de los hombres, y no el de quien encadenado a un destino trágico pierde la oportunidad de decidir su destino y se encamina irremiso al abismo. Pero ese relato no sería del gusto del señor Capra.

P.D. Por cierto, ¿no les parece que este hombre tiene un aire con Barack Obama?

 



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